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Meeple en prácticas y sus meeplecitos.

Por Morbell

¿Qué hacemos con los meeplecitos?

En la vida de un nuevo jugador, y por naturaleza propia, llega un momento en el que aparecen unos nuevos mini-jugadores. Bien sea por elección o por cercanía, tenemos que saber qué hacer con ellos.

Puede pasar que dentro de nuestra semana o mes, no nos demos cuenta, pero es muy obvio que el tiempo va pasando lenta, pero inexorablemente, como dicen tantos y tantos poemas. No es cuestión de ponerse filosóficos, solo de ver la realidad de que los jugones también cumplimos años, y con ellos llegan unos invitados que han decidido quedarse en nuestras vidas para siempre… o al menos durante muchos lustros.

Seguro que vuestra mente se ha centrado en una palabra mágica, “niños”, en general, sin entrar en lenguajes inclusivos, que no estoy diferenciando por género. Entrando en materia, la cuestión es sencilla. Puede ocurrir que el arroz esté en su punto y hayáis decidido aumentar la familia. También que el que haga crecer el número de miembros de su unidad familiar sea un hermano. Se puede dar el caso de que en tu carrera profesional tu motivación sea trabajar con niños de diversas edades. La pregunta que nos hacemos en ese punto es, ¿Debo renunciar a mi gran afición a los juegos de mesa o puedo compartirla con los cachorritos humanos que me rodean?

La respuesta, si es que de verdad corren por tus venas las ansias de jugar, tan solo puede ser una. No, no debería renunciar. Ser responsable sin duda, atender sus necesidades por descontado, pensar en ellos antes que en mí, por supuesto. Pero por qué separar dos conceptos que han nacido para estar juntos. O acaso ¿Alguien piensa que los niños y los juegos no deberían ser parte de la misma frase?

Para una persona que se ha criado, desde que empezó a andar, con juegos de todo tipo, la trasmisión a hijos, sobrinos o alumnos, debería ser de lo más natural. Cuidado, no te estoy diciendo que primes el juego a sus responsabilidades, para nada, pero hazlos formar parte de su vida. Un juego de mesa, bien llevado, es un mundo enorme de variables para ayudar en la educación de un chaval. Desde un ajedrez que les enseñe a pensar y estrategia, pasando por un Dixit que inflame su imaginación y creatividad o juegos temáticos que simplemente les hagan reír mientras aprenden y desarrollan sus habilidades motoras, flexibilidad mental y competitividad de forma controlada, todas son buenas opciones para dedicar una tarde divertida a la chiquillería.

Pongamos los debidos ejemplos. Recientemente he presentado, en la recuperada feria Interocio, el juego Walkie Talkie, de Devir. En él puedes disfrutar de partidas locas que duran desde uno hasta cuatro minutos, donde mayores y pequeños tienen que estrujarse el seso, para encontrar la combinación perfecta entre una palabra que empiece por una letra y el color que tiene al lado. Dado que el juego es cooperativo, todos pierden o todos ganan. Pero eso sí, con las pulsaciones a tope, y la carcajada siempre lista para salir. Algo así es maravilloso, porque une (y hace que te piques) a toda una mesa. Aunque lo mejor de todo es que puedes entretenerte con grupos mixtos de edad y echar un buen rato, en el que el crono será tu enemigo y tu aliado para que pase una horita sin darte cuenta.

También puede pasar que te apetezca más echar un rato agitando la muñeca y lanzando dados. Me viene a la memoria ahora mismo el Monza, de Haba. Por qué no avanzar posiciones en un circuito de carreras con cochechitos de madera mientras el azar y la estrategia marcan los colores por los que puedes o no circular. En juegos como éste, he visto adultos de los tablero de wargames, perder contra niños en infinidad de ocasiones, y querer revancha inmediata, claro. Y qué decir de opciones tan divertidas como un Bang o un Colt Express, en donde te conviertes en un pistolero o el sheriff más rápido, o más traidor, del oeste, y sea con versiones básicas, o con las expansiones, no paras de jugar con nenes o preadolescentes, hasta que todos acaban reconociendo que están deseando volver a jugar.

Sea como fuere, la situación es sencilla. Podemos decidir que con niños no se juega, porque no entienden la mecánica, el reglamento o las complejidades de un On Mars o incluso algo tipo Los Viajes de Marco Polo. Pero, la pura verdad, es que todo depende de nosotros y de las ganas que tengamos de compartir nuestro “vicio” con los niños. Yo confirmo que con los peques me lo paso fenomenal jugando, que me enseñan casi tanto como yo a ellos, y que me ganan, vaya que sí, cuando menos me lo espero. Ahora es tu turno. ¿Decidirás usar una estrategia egoísta y personal? o ¿Preferirás compartir tu talento para jugar con los niños? Quién sabe, lo mismo es que hay un poquito de miedo a que, con el tiempo y la práctica, esos peques te den una paliza en tu juego fetiche…

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